top of page

Big Data y la Ciberseguridad/ critica cltura digital

  • Esteban Rodriguez
  • 3 oct 2017
  • 5 Min. de lectura

La relación que existe entre el Big Data y la Ciberseguridad es muy estrecha, pero esta disminuirá aun mas a medida que vaya pasando el tiempo debido a la progresiva digitalizacion del mundo en el que estamos. Es por ello que en un mundo interconectado es fundamental que existan alianzas imprescindibles entre Big Data y Ciberseguridad.




¿Por qué es tan necesario el Big Data en términos de Ciberseguridad?
  • Porque la tecnología Big Data servirá como herramienta de pronóstico. El Big Data puede ayudar a gestionar y analizar toda la información nueva que se vaya detectando así posibles ataques en tiempo real.

  • La ciberseguridad también puede aprovecharse del análisis Big Data para identificar irregularidades y posibles violaciones de seguridad. Es en este punto donde se ve la importancia de la ciberseguridad de cara a la protección y la conservación de la integridad de esas fuentes masivas de datos con las que trabaja el Big Data.

  • El Big Data junto con la Ciberseguridad podrán mantener el mundo más seguro en una sociedad de tecnicismos y de cada vez mayor complejidad. Donde se precisarán de más expertos especializados en la seguridad ligada a la esfera digital, que ofrezcan recursos para que las personas puedan proteger todos sus datos.

  • Las empresas utilizan el Big Data, no solo para aprovechar su capacidad de procesamiento de datos y analítica sino también, para identificar a quien pretende transgredir sus datos. Por ello, las técnicas de ciberseguridad son necesarias y buenas, también utilizándose como una seguridad defensiva.

En definitiva, la formación es la base para poder aprovechar las ventajas de un sector en expansión, los estudios especializados en Big Data y Ciberseguridad son fundamentales para facilitar la labor de formación, muy necesaria en los tiempos que corren.



Cultura digital y nuevas identidades culturales

Entre finales del siglo XX y principios del XXI asistimos a un período de transición que en términos de nuestra relación con la tecnología podemos definir como pasaje de la cultura analógica a la digital. Sin embargo este pasaje no debería ser pensado como el de una etapa que sustituye a otra, dejándola irremediablemente en el pasado, sino como un acople o ensamble entre ambas de modo tal que la transición no implica el pasaje de algo que ‘muere’ a algo que ‘nace’ sino de una reconfiguración y reactualización del espacio social y cultural. Este pasaje supone más una discontinuidad que una ruptura y combina, contradictoriamente, procesos tanto de convergencia tecnológica como de dispersión de identidades culturales por lo menos en lo que se refiere a las tecnologías de comunicación y el tipo de sujetos consumidores y usuarios de las mismas.


Para dar solo un ejemplo pensemos en el sujeto televidente producido por el sistema de broadcasting (un único canal emisor y millones de receptores del mismo programa, a la misma hora y el mismo día, todas las semanas) y comparémoslo con el sujeto que es usuario, a la vez y gracias a Internet, de la televisión y las redes sociales que organiza su propia programación televisiva y también produce contenidos en networking: ya no estamos ante un régimen de prácticas que delimita claramente entre productores y consumidores, asignando a unos y otros identidades rígidas, estables y funcionalmente diferentes, sino ante la hegemonía del prosumidor que asume múltiples identidades culturales, inestables e indiferentes a la clásica distinción entre productor ‘activo’ y receptor ‘pasivo’ de contenidos. Desde esta perspectiva teórica es que defino a los dispositivos tecnológicos y los regímenes de prácticas asociados con ellos como ‘modos de subjetivación’.


Entiéndase bien. No estoy diciendo que en la cultura analógica el sujeto espectador era un mero ente receptor totalmente pasivo ya que siempre algo hacía en términos de reconocimiento con los contenidos y mensajes que recibía, generando por ejemplo el fenómeno de los fans y del fandom, sino que en la cultura digital la diferencia entre productor y consumidor entra en una zona de indiferenciación cuyo umbral es discontinuo y cuya lógica de funcionamiento está basada en la interactividad y la denominada cultura colaborativa en red. Desde luego nada dice esta indiferenciación sobre la calidad o el alcance social de las producciones de los prosumidores pero eso es harina de otro costal y para abordar en otro texto. Lo que aquí me interesa resaltar es, por una parte, el efecto de ‘igualación’ que genera en la subjetividad de los usuarios la convergencia entre Internet y televisión, y/o cine, y/o radio, y por otra parte la preeminencia que adquieren los circuitos de circulación, distribución y consumo de artefactos culturales por sobre los de producción, en particular en las nuevas generaciones de nativos digitales, es decir los nacidos en la era Internet.


La interactividad que permite la Web 2.0 hace que el consumidor pueda –dentro de ciertos márgenes- convertirse él mismo en un productor ampliando significativamente su capacidad para el reconocimiento, interpretación y reelaboración de los discursos y de las prácticas sociales asociadas a dichos discursos. En términos de identidades culturales la gran diferencia entre los modos de subjetivación tradicionales y los nuevos no residiría tanto en el pasaje de un consumidor pasivo (que nunca fue tal) a un prosumidor (que nunca llega a ser tal), sino en el grado en que se amplían los márgenes y las capacidades de los sujetos para producir significaciones propias pero al precio de su reapropiación por parte de las empresas capitalistas que, por ejemplo, crean en las redes sociales comunidades de fans de sus mercancías.


La cultura digital ya no prohíbe, como la analógica, la proliferación de identidades sino que las incita convirtiéndolas en vectores de consumo que mercantilizan y banalizan su potencial emancipador al cooptarlas dentro de la lógica del mercado, gestionando las necesidades y administrando las diferencias para establecer nichos de mercado asociados a determinadas identidades. Nuevas posiciones de sujeto, antes estigmatizadas como los homosexuales son reconvertidos en identidades gay que se asocian con un estilo de vida y consumo propio; al mismo tiempo y siguiendo con el ejemplo de las identidades culturales de género, surgen zonas de indiferenciación entre hombres y mujeres tales como los metrosexuales o se generaliza una cultura de cuerpo en la que los consumos antes exclusivamente femeninos (como cremas, aceites, dietética, etc.) ahora también son extensibles a los hombres.


Consumir ya no consiste en apropiarse de un producto sino formar parte de una comunidad empresarial, de un mundo de consumidores con los que se comparten modos de ser y maneras de hacer, pensamientos, aspiraciones, códigos de conducta, gustos, estéticas de consumo y pertenecer a esos mundos, como dice la publicidad de la famosa tarjeta de crédito, tiene sus privilegios. Es en estos mundos y comunidades digitales creadas por el marketing, la publicidad y el espectáculo es que se procesan las nuevas identidades culturales que se consumen a sí mismas apenas aparecen para dejar lugar a otras que se desvanecerán en el aire antes de que puedan llegar a consolidarse. Todo lo sólido se desvanece en el aire y en ese movimiento parece que la libertad ya no conduce necesariamente a la emancipación.


 
 
 

Comments


bottom of page